La pluma del cóndor – Cuento

 
LA PLUMA DEL CÓNDOR
Por Arnaldo Quispe
 
Desde tiempos inmemoriales los aspirantes del curanderismo andino son sometidos a un número importante de pruebas por parte de sus maestros paqos. Estas pruebas permiten desarrollar la magia de resolver problemas en el menor tiempo posible e ir afianzando las habilidades en el manejo de las energías de acuerdo a las leyes de la pachamama.
 

Esta es la historia de dos aprendices del Tata Idelfonso, Carloncho y Justo que al final de una jornada de trabajo, reciben de parte de su maestro el encargo de traer para el día siguiente la pluma más larga y fresca de un cóndor macho adulto. Para ello Tata Idelfonso les sugirió a ambos valerse de la ayuda de los colibrís del Apu Ausangate, ya que estos como bien saben los andinos, son buenos amigos de los gigantes cóndores de las alturas serranas.

Esa tarde cada uno siguió su camino. Carloncho tuvo la iniciativa de no perder tiempo y se apresuró en ir a las faldas del sagrado Apu a fin de encontrar a los colibrís en pleno ocaso de Sol. Justo más sereno, sabiendo que los colibrís descansan no apenas comienza el ocaso, decidió ir en la madrugada y encontrar a su viejo amigo Muru Muru, un colibrí de pecho gris que ya antes le había dado la mano con otros encargos.

Carloncho esa tarde no encontró a ningún colibrí en las faldas del cerro. A su paso se le cruzó un zorro quién le dijo que era muy amigo del cóndor más grande del Apu y le prometió ayudarlo si antes le concedía dos humildes deseos. Como Carloncho quería ganar este desafío a toda costa, estaba dispuesto a todo con tal de ser el favorito de su maestro Idelfonso. El zorro muy astuto le pidió sin pérdida de tiempo cinco gallinas para saciar su hambre, que -dicho sea de paso- Carloncho consiguió sin mayores inconvenientes. El segundo favor era muy pretencioso y consistía en cambiar de cuerpo por una noche, era un deseo que el zorro anhelaba desde mucho tiempo y que Carloncho aceptó finalmente sin medir las consecuencias. Esa noche el zorro asumió el cuerpo físico de Carloncho y este por ende del animal. Desgraciadamente Carloncho no sospechaba las intenciones burdas del astuto zorro, pues esa noche aprovechó la ocasión de dormir con la mujer del aprendiz, en toda la noche no mencionó palabra alguna a fin de no ser descubierto. La mujer -que dicho sea de paso- fue muy receptiva esa noche, jamás sospechó la infamia de la que era sujeto, más quedó sosprendida del inesperado amor frenético y reiterado de su entusiasmado y mudo amado.

A la mañana siguiente Carloncho recuperó su cuerpo sin imaginar siquiera el engaño del cual había sido partícipe. El zorro de incansable astucia le entregó para colmo de males una pluma fresca de la gallina más grande que acababa de comer. Carloncho confiado en haber ganado el desafío se retiró contento en dirección de la casa de su maestro.

Justo por su parte, partió de madrugada hacia el prado de pastos -en la parte baja del Apu-, donde habitan los colibrís en abundancia. No tardó en encontrar a su viejo amigo Muru Muru, a quién le propuso tocarle una bella melodía con su quena andina, como un acto de reciprocidad por conseguir la pluma del cóndor. Muru Muru muy complacido por el poder del sonido de viento, no tardó en conseguir la pluma fresca de su viejo amigo Kuntur, el cóndor mayor del Apu Ausangate.

Ambos aprendices llegaron puntuales con la pluma en mano. El maestro recibió los encargos y vió la diferencia notable de tamaños. Cuando cada uno describió con detalles lo sucedido, el maestro le dijo a ambos que jamás se debía aceptar perder la dignidad a fin de lograr un cometido fuera cual fuera y que la reciprocidad andina no consistía en pedir favores tan desmesurados, porque las consecuencias podrían resultar fatales. El mensaje ya estaba dado en el sentido de ser prudente y conservar la calma aún cuando el tiempo parezca llegar a su final.

Fuente: www.takiruna.com

Nota: Se autoriza la difusión del presente cuento siempre y cuando se mencione al autor y la fuente respectiva. 

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