La vendedora de dulces – relato

LA VENDEDORA DE DULCES

Por Arnaldo Quispe

Uno de los mejores episodios que me ha tocado vivir, fue durante mi estadía en la ciudad de Tarapoto en el nororiente peruano, una puerta a la Amazonía, un puente entre culturas, un espacio próspero, lleno de naturaleza, rodeado de bósques, vegetación, ríos y un ambiente mágico-espiritual en particular. Mi casa se ubicaba en el barrio Suchiche, casi a la periferia en relación al centro, para mí era el lugar perfecto para poder moverme a cualquier punto de la ciudad y trabajar como psicólogo, dar masajes y reflexoterapia. La actividad laboral fue muy intensa y próspera en esos años.

Por suerte, había sido uno de los primeros terapeutas en inserir la reflexoterapia en la ciudad de Tarapoto. Era la novedad dar masajes a los pies y el interés de la gente en atenderse era proporcional al aprendizaje de la técnica. Realizaba periódicamente clases de reflexoterapia y campañas gratuitas a diferentes grupos sociales, me daba mi tiempo para atender en casa a mis pacientes particulares. En una ocasión se me ocurrió poner al alcance la terapia reflexológica a las personas con menor poder adquisitivo, mi idea era que no existiera exclusión y además quería conocer la idiosincracia del pueblo y del porqué se enferman. La respuesta fue inmediata, comenzaron a llegar masivamente pacientes de toda la ciudad e inclusive del interior de la Región. Mi tarifa social era de 10 soles (algo menos que 3 euros) y la atención era exclusivamente en la mañana, para en la tarde y noche realizar mis otras actividades de psicólogo. La gente parecía estar contenta y yo terminaba la mañana exahusto luego de haber atendido a 5 ó 6 personas. En mi mente después de todo pensaba, “mejor tener algo de dinero en el bolsillo que no tenerlo”, ya que con 10 soles podía comprar hasta 5 tarros de leche, puesto que mis hijos estaban en crecimiento. Creía que era un encuadre perfecto entre valor y costo, por ello la propuesta de las consultas sociales tuvo el éxito esperado.

Un día vino a mi consulta una vendedora de dulces, tenía cistitis y no podía tratarse e ir a un hospital por que tendría que perder toda una mañana y vender sus dulces era una prioridad para mantener a sus hijos pequeños. Dependía de sus ingresos diarios. La historia clínica me interesó desde un principio y tomé nota de todos los datos que pude. Al final de la entrevista la señora me dijo que no podía pagarme los 10 soles, pero que a cambio me daría los dulces de su canasta (tenía pastelillos, panecillos, dulces con miel y otros hechos artesanalmente). Como antes ya había recibido hasta “gallinas” como forma de pago acepté. Cuando terminó la terapia y al momento del pago, observé que por más que me alcanzaba sus dulces no llegaba a la suma de 10 soles. A mi en ese momento se me partió el alma y perdí toda objetividad profesional, en ese instante no pude controlar las lágrimas, veía a la señora feliz de haber sido atendida, pero veía su canasta de dulces vacía, por lo que decidí pagarle por sus dulces y no cobrarle nada, si es que a cambio me prometía que seguiría atendiéndose hasta completar el tratamiento. Jamás ví una persona tan contenta, que me abrazó, me besó las manos y dijo “gracias papa lindo, gracias papa lindo…”. Yo no pude atender a más gente ese día, había tenido un «shock» emotivo o algo así, pensaba y repensaba, que «hay gente aún más humilde en este mundo que no se pueden permitir pagar 10 soles», y que tenía que hacer algo y urgente para que nadie se sintiera excluído de las terapias. Los días posteriores rogaba que la señora de los dulces regresara para la próxima consulta. Para mi suerte así fue y se curó de la mano con una buena dieta, algunas hierbas y algunos tips reflexológicos, tanto que por agradecimiento -y sin yo pedirle nada- le contaba a todo el mundo en la ciudad, que “hay un doctorcito que cura con las manos”, fue sin quererlo mi mejor publicidad.

Por eso siempre digo que “los pacientes siempre son tu mejor publicidad”. Esta historia sin embargo, me trajo aún otras enseñanzas y agradezco a esa señora vendedora de dulces que haya llegado a mi consulta para enseñarme que las bondades de la vida, no pueden estar excluídas para las personas más pobres. En adelante, cuando tenía pacientes que no podían pagar la consulta social igual las atendía y seguía aprendiendo de alguna forma la lección.

Fuente: http://www.takiruna.com

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