César Vallejo (1892 -1938)
César Vallejo, poeta peruano, nació el 16 de marzo de 1892 en la ciudad andina de Santiago de Chuco del norte del Perú. De família mestiza, fue el menor de once hermanos y creció en medio de una gran devoción cristiana, su familia deseaba que se convirtiera en cura. Completó secundaria en la ciudad de Huamachuco en 1908 y obtuvo su bachillerato de letras en la universidad de Trujillo en 1916 escribiendo dos años más tarde su primer libro de Poesía llamado «Los Heraldos Negros» (impreso en 1918, circula en 1919), uno de los más representativos ejemplos del posmodernismo. En 1920 regresa a su pueblo natal, donde debido a unos problemas es encarcelado; esta experiencia tendrá una crítica y permanente influencia en su vida y obra, y se refleja de modo muy directo en varios poemas de su siguiente libro, Trilce (1922). Un año después parte para París, donde permanecerá (con algunos viajes a la Unión Soviética, España y otros países europeos) hasta el fin de sus días. Estos años estuvieron marcados por una gran pobreza y un intenso sufrimiento físico y moral. Conoció a poetas como Huidobro, Gerardo Diego, Juan Larrea y Juan Gris, con los que participó en actividades de sesgo vanguardista, pero pronto abjura de su propio Trilce y hacia 1927 aparece firmemente comprometido con el marxismo y su activismo intelectual y político. Trabajó para periódicos y revistas, escribió piezas teatrales, relatos y ensayos de intención propagandística, como Rusia en 1931. Reflexiones al pie del Kremlin (1931). Inscrito en el Partido Comunista de España (1931) y nombrado corresponsal, sigue de cerca las acciones de la Guerra Civil y escribe su poema más político: España, aparta de mí este cáliz, que aparece en 1939 impreso por soldados del ejército republicano. Toda la obra poética escrita en París, y que publicó en diversas revistas, se recopiló con el título Poemas humanos (1939). Falleció en París el 15 de abril de 1938.
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PIEDRA NEGRA SOBRE UNA PIEDRA BLANCA
Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París y no me corro
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.
Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.
César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro
también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos…
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LOS HERALDOS NEGROS
Hay golpes en la vida, tan fuertes Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma Yo no sé!
Son pocos; pero son Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán talvez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema
Y el hombre Pobre pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes Yo no sé!
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IDILIO MUERTO
Qué estará haciendo esta hora mi andina y dulce Rita
de junco y capulí;
ahora que me asfixia Bizancio, y que dormita
la sangre, como flojo cognac, dentro de mí.
Dónde estarán sus manos que en actitud contrita
planchaban en las tardes blancuras por venir;
ahora, en esta lluvia que me quita
las ganas de vivir.
Qué será de su falda de franela; de sus
afanes; de su andar;
de su sabor a cañas de mayo del lugar.
Ha de estarse a la puerta mirando algún celaje,
y al fin dirá temblando: «Qué frío hay… Jesús!»
y llorará en las tejas un pájaro salvaje.
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TRILCE
Hay un lugar que yo me sé
en este mundo, nada menos,
adonde nunca llegaremos.
Donde, aún si nuestro pie
llegase a dar por un instante
será, en verdad, como no estarse.
Es ese un sitio que se ve
a cada rato en esta vida,
andando, andando de uno en fila.
Más acá de mí mismo y de
mi par de yemas, lo he entrevisto
siempre lejos de los destinos.
Ya podéis iros a pie
o a puro sentimiento en pelo,
que a él no arriban ni los sellos.
El horizonte color té
se muere por colonizarle
para su gran Cualquieraparte.
Mas el lugar que yo me sé,
en este mundo, nada menos,
hombreado va con los reversos.
-Cerrad aquella puerta que
está entreabierta en las entrañas
de ese espejo. -¿Esta? -No; su hermana.
-No se puede cerrar. No se
puede llegar nunca a aquel sitio
do van en rama los pestillos.
Tal es el lugar que yo me sé.
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VALLEJO 120 AÑOS
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