LAS PIEDRAS DEL ERMITAÑO
Por Arnaldo Quispe
Lo recuerdo como un tipo tranquilo y buen trabajador, pero siempre muy callado. Muchos pensaban que era mudo, pero no lo era, hablaba y hasta cantaba pasillos, pues se suponía que provenía de alguna parte del Ecuador, su país natal. Nadie sabe cómo llegó ni hace cuánto tiempo, era todo un misterio. Yo lo observaba todo el día muy activo, como una hormiga llevando y trayendo cosas. Parecía un niño cuando se quejaba de las bromas pesadas de sus compañeros, por su carácter bonachón y pacífico era incapaz de agredir a alguien. Cuando tuve más confianza con él algunas veces se confiaba y hasta se quejaba de todo lo que le pasaba, de su vida ingrata, del trato de su mujer, de su trabajo, de su salario mensual, creo que de todo. Era capaz de repetirme 50 veces ciertos adjetivos hacia su mujer, a pesar que no era casado, me decía que convivía desde hace años y que tenía que entregar toda su plata puntualmente como cada mes. En una oportunidad se me ocurrió bautizarlo como “el hombre del bósque” y cuando se lo dije le alegró bastante que cada vez que pasaba y me veía me repetía “el hombre del bósque”. Mi amigo se llamaba Ermitaño y ciertamente por su perfil hacía honor a su nombre. Algunos que no lo conocían pensaban que era broma llamarlo así, pero no, se llamaba Ermitaño y para mí era “el hombre del bosque”.
En una oportunidad sus compañeros de trabajo le jugaron una broma pesada, pero “pesada” en todo sentido, pues habían colocado dos piedras grandes dentro de su mochila a fin que portase el paquete de víveres al guardián de una chacra de propiedad distante 9 kilómetros, un camino muy accidentado, al borde del río Shilcayo, que sabía recorrer de memoria en medio de la espesura del bósque, puesto que esa era una de sus funciones llevar y traer cosas, siempre llevaba en sus hombros la carga sin protestar. Don Ermitaño recogió este paquete en sus hombros (las “piedras pesadas”) sin ver el contenido del mismo. Con mucha extrañeza sentía que la carga era más pesada que lo habitual, tuvo que sortear dificultades y transportar el pesado paquete cuidando minuciosamente su misterioso contenido.
Una vez en la casa del guardián Don Serafín, este le dice que no había ordenado nada sino hasta dentro de dos días, puesto que aún tenía provisiones. Juntos decidieron abrir la carga y ante la sorpresa de ambos descubrieron que se trataba de dos piedras redondas, grandes y pesadas, cada una de por lo menos 10 kilos. Don Ermitaño y Don Serafín se quedaron indignados por un momento, luego del cual explotaron en un mar de risas y otras expresiones de euforia. La sopresa del desconcierto había tomado un matiz repentino de aprendizaje significativo. Don Ermitaño se había prometido así mismo ver el contenido de las futuras cargas. A su regreso, pudimos ver hablar al mudo que llevaba dentro, alguien que después de muchos años de silencio reprendería a sus compañeros de trabajo por la broma pesada. Pero más pudo su carácter jovial y junto a sus compañeros se echaron en un mar de carcajadas, con lo cual terminó la jornada de trabajo. La noticia desde luego se supo por todos los rincones de la Selva, pero solo hasta ahora –creo que- con el respeto que me merece Don Ermitaño me permito relatar en su honor esta simpática experiencia.
Fuente: http://www.takiruna.com
Publicado dic. 2011
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