Por Arnaldo Quispe
Esta es una historia de familia, una de esas historias que se pierden en la memoria colectiva de la familia. Mi abuelo de parte de madre, don Eduardo era un tipo alto y corpulento, heredero de un linaje de larga tradición de comuneros andinos amantes de la madre tierra y del yugo familiar. Era un tipo respetado en el pueblo por sus buenas maneras, su nobleza, gentileza y generosidad con los menos favorecidos. La historia cuenta precisamente un episodio en el cual mi abuelo logra el límite de la generosidad aún en los misterios más recónditos de los espíritus de los Andes ayacuchanos.
Erase una vez, una de esas faenas de rutina en donde don Eduardo y familia debían trabajar la tierra en una chacra distante, cruzando el río Brea por el sector de la Breapampa. Una vez en la ribera del río, para cruzarlo don Eduardo debía cargar uno a uno a sus familiares de un borde a otro, pues el río estaba muy crecido. Una y otra vez tenía que ir y regresar para cargar a todas sus hijas y a su mujer, hasta lograr que pasen todas. Cuando ya había terminado con la última de sus hijas, un hombre -de la otra parte del río- muy extraño, con sombrero y cubierto con arapos le pide ayuda para cruzar el río pero en la otra dirección. A pesar que don Eduardo estaba exhausto accede a la petición, después de todo sería una gentileza de su parte.
Así inicia a cruzar el río con este hombre misterioso en sus hombros. Casi a mitad de la travesía siente algo muy extraño en este señor, pues lo percibe muy frío y como que no representa mayor dificultad sujetarlo y es más, se da cuenta que casi ni pesaba. De la curiosidad don Eduardo mira de reojo por entre su hombro derecho para ver a la persona que lleva detrás suyo. Grande fue su sorpresa cuando debajo del sombrero de ese señor, vió un rostro de aspecto pálido, como si fuera de piel pero con puro hueso. Don Eduardo aún con el pánico en su alma y en sus espaldas decide continuar y hacer cruzar al muerto, pues en medio del torrencial río no le quedaba otra opción que completar el favor.
Muy poco faltaba para terminar el recorrido cuando siente que el fantasma da un brinco hacia la ribera contraria del río y se pierde en el horizonte a la vista de sus propios ojos. Don Eduardo al regresar con los suyos contaría lo sucedido, con una gran sensación de haber superado su propio miedo. Desde entonces sería conocido en el pueblo como el tipo cuya generosidad no conocía límites y además por poseer el don de contar cuentos e historias de las más insólitas.
Fuente: http://www.takiruna.com
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