UNA ANÉCDOTA DEL LAGO SAGRADO
Por arnaldo Quispe
A veces una experiencia traumática puede convertirse en una experiencia que da lugar a múltiples enseñanzas… A veces nos llega la sabiduría en el momento mismo de estar expuestos a un estado de angustia suprema. Esto suele ocurrir no solo en las iniciaciones, ritos de pasaje o la exposición al peligro sea este premeditado o no, sino también sucede a modo de experiencias de vida que llegan de manera impensada, en donde el peligro sale a nuestro encuentro sin anunciarse. Un espacio en el que queda solo resolver el problema en el momento mismo, en tiempo presente, donde la única salida es la salida misma que nos ororga el destino que uno elige.
Esto nos ocurrió en el Lago sagrado… no era nuestra idea tomar una lancha y exponernos al peligro y la angustia ni mucho menos, nadie estaría de acuerdo en hacer una viaje en barco que incluya olas gigantes en un lago supuestamente tranquilo. Esto nos llegó por azares de la vida. La vida misma se encargó de hacernos ver la otra cara de la propia vida, aquella que tiene olor a desenlace fatal. Un estado en donde el miedo no se reconoce, ya que solo se siente. Un miedo instintivo que subyace detrás de las máscaras del ego. Este capítulo de vida nos pasó a todos los participantes del retiro andino en un bote de lancha de camino a la Isla de Taquile desde la Isla de Amantaní.
Y esta es parte de la historia… mi versión de los hechos, no la versión oficial.
Todos teníamos que encontrarnos en la bahía de Amantaní luego del suculento y reparador desayuno familiar andino. Estaba fijado coger el bote-lancha para alrededor de las nueve de la mañana con destino a la Isla de Taquile. La partida del bote una vez soltada las amarras era tranquila desde las aguas pacíficas de la bahía. Todos sin excepción estaban reposados y serenos en la embarcación. Todos conversábamos y reíamos bajo la atenta mirada del pálido Taita Inti, el Sol andino. Pero el horizonte en cuestión de un abrir y cerrar de ojos se nubló y comenzamos a sentir vientos frescos, fuertes y fríos… de pronto nos encontrábamos en una parte de la travesía donde el Lago estaba completamente agitado y la embarcación se levantaba al compas de las incesantes olas, era como una tabla de surf con olas gigantes, algunas de las cuales ya dejaban caer chorros de agua salpicada congelada por encima de nosotros.
Una parte del grupo todavía se encontraba en la parte de la popa del pequeño barco, como tolerando en un inicio las ráfagas de viento y arremetidas de las olas… en un inicio parecía de juego, pero luego del juego se pasó a algo mucho más serio, los gestos que en un inicio eran cómplices y de risas, luego se convirtirían en semblantes agitados y hasta burn out. El conductor del barco y nuestro guía nos dieron la indicación de ingresar dentro de la única cabina, fue allí cuando comenzaron los episodios de mayor angustia, con algunos que rezaban, otros que perdían el conocimiento, alguien que reía de manera nerviosa, otros que se colocaban raudos los chalecos salvavidas, alguien que ingresaba desesperada al baño para vomitar. Por mi parte, me encontraba calmando a una participante con crisis de pánico. En fin un caos en medio del lago, cuando aún nos faltaba una hora de camino para llegar a tierra firme y era lógico que nadie podía soportar un minuto más la semejante angustia.
Era momento de una solución rápida y eficaz. Pero… ¿qué se podía hacer en medio del Lago y en aguas frías y profundas?. Todos quizás presentían que iba a ocurrir algo mayor en cualquier momento y que el desenlace podía ser hasta fatal. Hasta yo mismo por un momento… se me pasó fugazmente el titular de un diario que decía, “naufraga bote en medio del Lago Titicaca con místicos a bordo…”, era impensado y ridículo. Pero ese no iba a sere el final. No podía terminar así esta aventura y de este modo. No nos merecíamos un final trágico de esta naturaleza. Algo se tenía que hacer y por lo mismo decidir. Ni los conductores del barco ni nuestro guía reaccionaban, ni daban muestra que algo tenía que hacerse de modo urgente. La mente de la tripulación solo estaba fijada en llegar cuanto antes a la Isla y la actitud pasiva del grupo era de aceptar los hechos como tales….
Algo ocurrió… algo que cambiaría el destino de la embarcación y de las personas a bordo. Este episodio es el punto mismo en que la historia cambia y creo oportuno narrarla palmo a palmo, a modo de una experiencia de vida.
Recuerdo que en esos momentos calmaba a una persona de las que más padecía la fuerza del viento y de las olas. Pero también recuerdo que intentando calmarla me calmaba yo mismo y al cerrar los ojos e intentar respirar profundo me vino un flash, una idea de hacer algo, algo que no estaba en los planes, algo que a nadie se le había ocurrido. Era el momento en que tenía que hacer algo y precísamente algo se me ocurrió. Me acerqué al conductor del barco y pude observar que estaba muy tenso y preocupado girando el timón de la lancha de acuerdo a cómo las olas llegaban casi en contracorriente. Primero le pregunté si estábamos yendo contracorriente, a lo cual me respondió que ibamos casi en dirección paralela a la llegada de las fuertes olas, estas llegaban y empujaban haciendo que el bote se tambaleara desde el costado izquierdo hacia el derecho y desde luego era como un vaivén. Luego le pregunté que si cambiando la ruta del barco nos podría ir mejor… a lo cual me respondió que si cambiabamos de ruta no ibamos a llegar a la Isla de Taquile. Pero insistí con el tema de cambiar la ruta dependiendo la dirección de las olas, desde luego el conductor lo pensó por un momento y me dijo que con la dirección del viento era posible que el bote recobre estabilidad. En ese momento le dije que girara a favor del viento, a lo cual se negó por un momento porque debía de cumplir con la misión de transportar a los turistas a los destinos señalados. Fue en ese momento que con contundencia en mis palabras y algún “carajo” le pedí que girara a favor del viento, a lo cual accedió, luego me dijo que cambiando la dirección de travesía, nuestro destino también cambiaría y precísamente nos dirigiríamos a la ciudad de Puno. El viento esta vez comanda y nos llevará a buen recaudo. Yo estaba obviamente de acuerdo.
El barco giró a favor del viento y como por arte de magia recobró estabilidad, las olas grandes quedaron atrás. Era solo cuestión de decisión, era una decisión impensada pero que llegaba en el momento más oportuno. Quizás no llegamos al destino de conocer las bondades de la Isla de Taquile y almorzar con sus habitantes, pero esta decisión tranquilizó el alma del grupo, los rostros pálidos recobraron el rubor natural luego de unos minutos. Luego se produjo un gran relax entre los presentes y algunos alcanzaron a decirme que era la mejor decisión que podía haber tomado en una situación como la que acababamos de vivir.
Ahora estábamos nuevamente “vivitos y coleando” como se dice. No era nuestra hora. Luego me senté para respirar y meditar sobre lo apenas ocurrido, alguien vino y se sentó a mi lado, luego llegaría un abrazo, que era como la muestra más sensata de agradecimiento que podía haber recibido en ese preciso momento. Como un abrazo llegado del mismo Hanak Pacha. Poco a poco el barco se alejaba del viento fuerte y las aguas agitadas. En recompensa por no haber ido a la Isla de Taquilé le dije al conductor del barco de pasar por la Isla de los Uros para tomar o comer algo y distraernos con las maravillas de estas islas flotantes. Este episodio se cerraba, dejábamos atrás la experiencia del lago con múltiples enseñanzas y quizás la más importante de ellas… que nos dice que en algunos casos no es bueno ir en contra de la corriente, que hay que adaptarnos a sus fuerzas y aprovechar la amenaza como oportunidad…
Quiero hacer presente que según las fuentes turísticas del proprio lago no se registran mayores incidentes hasta la fecha sobre hundimientos de ninguna embarcación. Aunque esto no sea muy coherente con los datos que nos arrojan las fuentes de Internet, ya que en diciembre del 2012 se registra el hundimiento de una lancha en frente de la Isla Suriki en la parte boliviana del lago, que según investigaciones posteriores iba con exceso de carga y pasajeros de acuerdo con su real capacidad. Curiosamente nuestro guía nos cuenta que en una oportunidad recuerda del hundimiento parcial de una lancha por la imprudencia de los propios turistas que iban a bordo, éstos al subirse al techo en número excesivo, provocaron que la embarcación se girara completamente sobre su eje, por suerte la embarcación estaba detenida en un puerto y nadie sufrió mayores percances excepto el gran susto que se pegaron…
Al final cada uno aprendió la lección según como la vivió me supongo. Si bien es cierto no he recibido mayores agradecimientos –tampoco los espero- salvo un abrazo que alguien me regaló, creo estar convencido que las cosas suceden porque tienen que suceder, por lo mismo… nuestra hora llegará cuando tenga que llegar, que no será antes ni después, solo llegará cuando tenga que llegar. Con esto espero que nadie se me amedrente para futuros viajes de retiro al lago sagrado. Total ya queda un viejo marinero que tiene experiencia en este tipo de casos, así como dice el refrán que “ningún marinero se hizo experto en aguas tranquilas”.
Fuente: http://www.takiruna.com
Gracias Arnaldo🌈 por compartir ese relato de sabiduría cuya metáfora ilumina un momento tan tormentoso y crucial en mi vida. Ana 💜
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Gracias a ti Ana María, un abrazo!!!
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