ESCRITO PARA TI

Por Arnaldo Quispe

Solía pasar horas observando las luces del árbol de navidad, el nacimiento o las viejas tarjetas de fiestas de fin de año. Mi hermana mayor solía conservar las tarjetas de años anteriores y solía sacarlas como si fueran nuevas. Este contexto me seducia y por mi mente volátil pasaban las ilusiones de cuentos infantiles más inverosímiles… deseaba una familia unida, a veces por ejemplo imaginaba a mi padre entrar por la puerta de la sala y sin importar lo que trajese en sus manos, era solo por el hecho de poder observarlo de nuevo en casa con esa sonrisa que le caracterizaba, que me hacia olvidar sus largos períodos de ausencia.

Solía perderme en las lucecitas de navidad, lo consideraba mágico, adoraba ver las lucecitas de navidad quizás por sus colores y ese efecto que producían cuando se encendían iluminando la oscuridad. Solo ahora pienso que si era un intento de llevar más calor y color a mis propios sentimientos de aquel entonces. Para mí las luces encienden aquellas partes del almacén de recuerdos y recrean con color a nuestras antiguas memorias.

No me cansaba de leer los viejos mensajes de las tarjetas de navidad de tíos que eran parte del pasado o de amigos de mis hermanos mayores que ni conocía… se trataba de encontrar la emoción que va detrás del intento… era en definitiva un momento conmigo mismo, de una infancia como cualquier otra, sin mayores contenidos pero con grandes emociones. Esos momentos de recogida y de deseo eran de repente mi modo de encontrar el camino a la calma y al amor en familia.

Solía pasar horas observando tanta creatividad humana y serenar mi corazón con villancicos, guirnaldas y lucecitas de bengala. Deseaba lo mejor para mi familia y para mis hermanos, pero sobretodo deseaba un momento de paz dentro de casa. La paz durante mi infancia eran también mis arañas, mi loma linda y montar mi bicicleta. Era mi mundo y me sentía vivo. Pero estas es otra historia. Sin duda.

Fuente: http://www.takiruna.com