LA FLOR DE CRISANTEMO (LEYENDA DEL ORIGEN DEL REIKI)
Autor: Arnaldo Quispe
Esta es la historia de un señor japonés llamado Mikao, buen esposo, buen padre y buen trabajador, quién en sus ratos libres se dedicaba a meditar y orar como buen budista, siempre le pasaba por la cabeza el hecho de encontrar la manera de sanar a los enfermos de un modo simple y natural, por ello, admiraba mucho la historia de Jesús, del Buda y de otros sanadores de la antigüedad, se preguntaba por ejemplo cuál era el misterio de curar con las manos y como era obvio, dónde estaba el secreto.
El señor Mikao buscó por mucho tiempo diferentes formas de curar a los demás de modo natural, probó diferentes métodos y técnicas –incluso no orientales-, no contento con todo ello realizó largas peregrinaciones hacia santuarios muy distantes y maestros del conocimiento de alejadas regiones. Cuando creyó que su búsqueda era en vano y pensando en darse por vencido algo muy extraordinario ocurrió. Pues esa noche –de regreso a Japón- soñó que caminaba en un hermoso prado lleno de pastos frescos y verdes, en su sendero una flor de crisantemo amarilla salió a su encuentro, al acercar sus manos a la delicada flor con el fin de cogerla observó algo curioso, era como si la flor le hablase y le pidiese no ser arrancada, ese acto cambio la actitud del señor Mikao, quién arrepentido se arrodilló en señal de sumisión, la flor al verlo postrado le dijo que oliera su aroma y sintiera el profundo lenguaje de las flores y de la naturaleza infinita.
Con el permiso de la flor, el señor Mikao conoció la bondad de la madre tierra mediante el aroma y desde ese momento comprendíó que en los actos simples de la vida estaba el secreto de conectarse con la energía entera del cósmos. Así mismo, descubrió mediante la flor de crisantemo que todo cuanto existe vive y posee energía inteligente, la sola energía potencial capaz de penetrar los últimos rincones de la humanidad más distante. La experiencia con la flor le reveló que todo cuanto existe se encuentra interrelacionado como una red de telaraña y que la energía cósmica –siempre viva y disponible- se podía redirigir con el poder del pensamiento, la palabra, el silencio, la meditación y el respeto hacia el prójimo.
Cuando el señor Mikao despertó de su sueño creyó muy inspirado tener la llave que lo conduciría a canalizar la energía de la madre naturaleza por medio de sus manos, eso le permitiría redirigirla hacia todo objetivo necesario. Practico y practico hasta comprender por completo las dimensiones de la enseñanza recibida. Entrenó día y noche con sus propias manos, con su propio cuerpo y por mucho tiempo. En adelante cada experiencia sería enriquecedora e innovadora y de a poco se convencería de estar dando forma a un método natural de sanación, con el solo hecho de aproximar las manos en diversas posiciones alrededor del cuerpo. De eso se trataba –concluyó- de canalizar la energía del universo hacia un objetivo más individual y concreto e ideó poner –por primera vez- el nombre de Reiki a su genial descubrimiento.
Esa temporada el señor Mikao –muy entusiasmado- se retiró en ayuno a una montaña a fin de agradecer a la sabia naturaleza por el don del cual había sido objeto. En contacto directo con la montaña –y esta vez despierto- tuvo la impresión que todo cuanto le rodeaba se organizaba de energía celestial emergiendo a sus ojos puntitos de luz muy blanca y brillante. Fue así como en actitud de humildad, silencio y trance alcanzó la visión de la luz, un don que le permitiría ver desde su interior el camino de las energías sutiles, no visibles a los ojos comunes. Rodeado de un mar de energía Mikao entró en la más profunda conexión con el cósmos alcanzando la iluminación y el entendimiento final de los misterios de la propia vida. A su regreso de la montaña, para entrar en la vida cotidiana el señor Mikao se dijo a sí mismo que había llegado la hora de trabajar mucho a fin de enseñar todo cuanto había descubierto. Era el nacimiento del sendero del Reiki.
Fuente: http://www.takiruna.com
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