
LIMA. LA CIUDAD DE LAS HUACAS
Por Arnaldo Quispe
Lima como ciudad capital de Perú ha crecido desbordantemente desde las décadas de los años ’70, 80′ y ’90, hasta ocupar de palmo a palmo distritos periféricos como Ancón en el Norte, Lurín en el Sur o Chosica en el Este. Una capital cuya población se estima entre los 11 millones de habitantes. La ciudad en su estado actual -cosa que no es secreto para nadie- está sujeta al caos vehicular, la delincuencia de todo tipo, la informalidad y las diferencias muy marcadas entre sus clases sociales. La tarjeta de visita de la actual capital no tiene buena pinta para ser declarada abiertamente como eje turístico motor por su carente seguridad ciudadana.
Sin embargo, esto no le resta méritos, atractivos o la imagen de un pasado histórico milenario. Me atrevo a decir que este es un punto poco explotado si de lo que se trata es de buscar nuevas y bien sustentadas rutas turísticas que pudieran generar empleo y entrar en competencia con otros ejes turísticos como el Cusco, Machupicchu o la selva de Iquitos. Lima cuenta con un recurso etno-histórico que hasta el mismo limeño actual ignora, rechaza y hasta menosprecia.
Las huacas de Lima han ido desapareciendo paulatinamente conforme la ciudad ha ido creciendo, merced a las «invasiones de terrenos», a el descuido de parte del estado y el desinterés de la propios vecinos en rescatar su valor histórico, inmaterial y hasta espiritual. Por raro que parezca el destino de las huacas de Lima pende de un hilo y muy probablemente vamos a estar lamentando que dentro de unos años los terrenos que ocupan van a ser destinados a nuevas viviendas o parques públicos.
Pero antes de continuar cabe hacerse la pregunta ¿qué son las huacas (wacas)?,¿o de qué estamos hablando?. Una huaca era ante todo un lugar que se consideraba como sagrado, tenía esa categoría por que en el pasado el poblador o cultura de turno (Lima Ichma, Wari e Inca) encontraba que la tierra o la zona en cuestión que ocupaba la huaca presentaba una energía telúrica especial, caracterizado de magnetismo y una rica fuente de reciprocidad con la tierra (Pachamama) principalmente. Las huacas como templos se construían en el mejor de los casos cuando se encontraba una roca sagrada, una peña, un árbol particular o un manantial cristalino, por lo que luego con el pasar del tiempo se convertían en centros de oráculo, lugar de ofrendas, de peregrinación y sitio de ofrendas. Cada huaca tenía personalidad y se le dedicaba una representación asociada con la tierra, el sol, el agua, la lluvia o el viento.
Las huacas han sido estudiadas desde la época de los cronistas españoles y mestizos. Por lo que se mencionan muy seguido entre los escritos de Juan de Betanzos, Bernabé Cobo, Pedro Pizarro y hasta el Inca Garcilaso de la Vega. En algunas crónicas se narra una especial particularidad de las huacas… que se comunicaban fluidamente con los sacerdotes «huiracwaca» o inclusive sacerdotisas. De estos hechos hay testimonios sobte cómo se realizaba la comunicación con las huacas. Las huacas son fuente de estudio hasta la actualidad por parte de arqueólogos, antropólogos e historiadores, cabe agregar que sobre todo se mencionan los hallazgos y estudios de las huacas en regiones como el Cusco y Lambayeque. Lima queda relegada por quizás qué razones, pero nadie va a negar que Lima presenta el mayor número de huacas que ningún otro lugar del país.
Es de suponer que las huacas de Lima se erigín en toda la capital, las que sobreviven al paso de las inclemencias del tiempo y del crecimiento urbano se localizan en los distritos de San Miguel (Maranga), Miraflores (Pucllana), San Isidro (Huallamarca) y La Victoria (Santa Catalina) entre otros. Recuerdo cuando iba a visitar con mis familia la huaca localizada en el parque recreativo y zoológico de «Las Leyendas» o la huaca donde estudiaba en el local principal de la Universidad Mayor de San Marcos, o la de Santa Catalina en La Victoria, distrito donde he vivido unos 6 años de mi vida. A veces pienso que si las huacas -en el caso de Lima- si hubieran sido erigidas en piedra sólida, muy probablemente las tendríamos intactas hasta la actualidad, pero fueron todas ellas construidas en adobe y tierra, en ese sentido como es de suponer este material se descompone con el paso de los años. A veces pienso si podrían reedificarse de acuerdo a un plano arquitectónico calculado por presunción, como ha ocurrido en algunos monumentos arqueológicos de Argentina y México, e inclusive como ya ha ocurrido en la huaca de Huallamarca en el distrito de San Isidro, que aún siendo impresionante como edificación, no se siente ese magnetismo auténtico que debería presentar. Creo que la opción de recuperar las zonas adyacentes a las huacas es la mejor alternativa, desde luego sin modicarlas o reconstruirlas, solo limpiarlas y recuperarlas removiendo cuanto sea posible sin dañarlas, con ello se podría respetar el legado monumental e inmaterial para los visitantes y las futuras generaciones venideras.
En lo personal recuerdo en mi niñez una huaca en particular cerca de mi casa en Surco, completamente abandonada y a la que todos teníamos acceso. Tenía en aquél entonces unos 8, 9 ó 10 años y con mis amigos solíamos visitar la huaca que nos quedaba entre la Loma Amarilla y el puente Atocongo en Surco. Hoy la huaca no se ve por ningún lado, ha sido sepultada por el concreto, las nuevas residencias y negocios. Por algún tiempo hasta tuve duda de mis recuerdos de cuando era niño y a veces pensaba si lo de la huaca o el riachuelo adyacente lleno de vegetación eran cosa de mi imaginación, sueños o trucos de mi mente. Para mi suerte me encontré con amigos de aquella generación y ellos afortunadamente mencionaron que lo de la huaca era muy cierto y que una vez existió en dicho lugar. Ahora que lo pienso es una gran lástima que haya desaparecido por completo y que nadie -desde aquellos años- se haya podido ocupar para rescatar y preservar dicho lugar sagrado.
Si la pregunta que me harán será ¿Arnaldo, porqué piensas que los limeños no valoran sus huacas?. Según mi opinión por una serie de razones, pero principalmente por nuestra educación religiosa de orden católico o evangélico. Hay que recordar que desde la evangelización occidental y la llamada «oficina de extirpación de idolatrias» se ha demonizado y asignado valores diabólicos y anticristianos a toda creencia o espiritualidad ajena a la religión del nuevo pueblo dominante. Esta tendencia ha continuado hasta nuestros días, motivo por el cual las personas aún suponen que las huacas eran -y son- lugares de sacrifio humano, de pactos con entidades oscuras y muchos otros prejuicios sin base o sustento racional.
Las huacas podrían ser una fuente de ingreso para el estado y para su autosostenimiento. Si existiera un plan conjunto de la ciudad para rescatar y promover el cuidado de las huacas existentes podría generar empleo y nuevas rutas para el turismo local y hasta internacional. No más hay que tener en cuenta el cuidado que se le tiene al templo de Pachacamac o la Huaca Pucllana o de Huallamarca (de distritos pudientes) donde si se cuenta con programas de conservación y cuidados en ese sentido que ya tienen buenos resultados. Otra sería la realidad si se rescatan las huacas que aún existen y se encuentran casi en el olvido colectivo de la ciudad. Pero que gran movimiento cívico generaría saber que se rescata un segmento del patrimonio y de la historia de nuestros pueblos antiguos, de aquellos pobladores que tuvieron su oportunidad en el pasado, que muy probablemente pudieran hasta recuperar la dignidad perdida merced a nuestos atropellos e indiferencia de sentido espiritual.
Es tiempo de ver y regresar a nuestras huacas, de mejorar nuestra actitud con respecto a ellas. Hay que recordar que son puntos telúricos donde la tierra y los elementos de la naturaleza nos hablan e intentan darnos los mejores mensajes. Es hora de realizar ofrendas, de ponerse en contacto con ellas, intentar canalizar y ver los oráculos mediante las personas sensitivas y ceremonias de plantas sagradas. Es hora de dejar actuar a las huacas, que ellas hablen nuevamente, para que emanen su poder y limpien la ciudad de esa energía pesante que se está acumulando en demasía. Es hora de despertar a las huacas para que nos den una «manito» con la crisis sanitaria y la política caótica que estamos viviendo. La hora de nuestras huacas ha llegado.
Fuente: http://www.takiruna.com
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