La historia del los colibrís sacrificados

En tiempos remotos se dice que hubo una gran sequía en Los Andes Centrales. Todo comenzó cuando un zorro hambriento entró en la guarida de un puma, aprovechando su ausencia -había salido a beber agua-, mató a sus tres crías y no pudiendo llevarse a ninguno de los cachorros con su pequeña boca los abandonó. La señora puma muy indignada y con sentimientos de pena y luego odio juró vengarse. Reunió a los pumas de todos los apus vecinos y sin dudarlo clamaron al unísono vengarse en contra de los zorros. El ataque estaba previsto muy de madrugada, cuando Tata Inti todavía no aparacería en el horizonte y no sería testigo. Cerca de dos decenas de pumas feroces, atacaron las guaridas de los zorros eliminándolos a todos, sin dejas crías, ni nada con vida. El golpe fue duro y feroz y rompería el orden natural por el sabor de la venganza.
Los Apus indignados vieron tanta sangre derramada y muy preocupados hablaron con Mamacocha, la reyna de las aguas y Wayra, la de los vientos, sobre las consecuencias que traería este suceso para la Región. Ellos comentaron que la gran madre, la Pachamama se molestaría tarde o temprano y haría evidente su poder en los próximos días.
Pasaron unos días, semanas y hasta meses y a pesar que era época de lluvias, el cielo estaba siempre despejado. En la medida que pasaban los días no llovía en absoluto y un radiante Tata Inti parecía abrazar con su calor todo lo existente, pero todo se secaba por falta de agua. Los pocos puquios y manantiales comenzaron a secarse y casi no quedaba que beber. El gran reino de los animales fue convocado. Una vez reunidos manifestaron su precupación por tan alarmante situación. Decidieron consultar a los apus sobre lo que estaba pasando. Los Apus, grandes guardianes y montañas andinas dijeron:
“La Gran Madre, Pachamama está dando una lección a todos sus hijos y por eso ha dejado en suspenso el ciclo del agua”. Luego concluyeron:
“El problema lo causaron ustedes, criaturas de dos y cuatro patas. Y ustedes deben resolverlo de alguna forma”. Los animales entendieron que tenían que hacer algo, sino la Región sería desértica para siempre.
Los animales hicieron otra gran convocatoria pidiendo ayuda a los animales de otras regiones, expertos en la lluvia. Vinieron coyotes y lobos del Norte a ayudar con sus aullidos, pero al amanecer no sucedía nada y la lluvia no llegaba. Llegaron los guacamayos, tucanes y loros de la Selva pero sus cantos no trajeron la lluvia, un grupo de parihuanas volo como danzando en círculos y por horas, pero todo era en vano y la lluvia no se hacía presente. En la comunidad de los animales los más grandes tenían el liderazgo, por lo que el representante de los cóndores ofreció su ayuda pero dijo:
“Con la sequía los cóndores tenemos más comida, tanta que no podemos comer demasiado. Nosotros necesitamos solo lo necesario. Además no nos gusta tanta desolación en el paisaje”.
Sin embargo ofreció su ayuda. A la mañana siguiente todos los cóndores de las alturas junto a otras aves gigantes volaron hasta el mar y esperaron que las nubes se eleven para con sus grandes aleteos poder llevar las nubes hasta los Andes.
Las nubes llegaron y entusiasmaron al resto de los animales grandes y pequeños, todos comentaron que la titánica labor de traer a las nubes era gracias a los cóndores y que a ellos habría que agradecerles y hasta reverenciarlos, el optimismo regresó de nuevo en las alturas. Lo curioso fue ver que las nubes habían llegado pero el agua no caía, la lluvia no bajaba. Era raro. Tener la fuente del agua allí en frente de todos y no poder beberla. Los cóndores conversaron entre ellos y juntos acordaron terminar el trabajo:
“Hermanos hemos traído estas grandes nubes, pero no llueve. Mañana con nuestras grandes alas juntos bateremos muy fuerte hasta que la lluvia tome forma y bañe el horizonte”. Los cóndores trabajaron toda la mañana y parte de la tarde batiendo sus enormes alas y a pesar de todos los esfuerzos la lluva no caía.
“Es un absurdo” dijeron los animales, “las nubes con grandes porciones de agua están allí y nuestra madre nos niega beber de ella”. Uno de los colibrís habló entre la multitud y dijo:
“No debemos perder la esperanza, ya los Apus han hablado y seguramente necesitamos hacer algo más y verán que la lluvia llegará”.
Los grandes animales casi no le prestaron atención y alguno de los cóndores se burló diciendo:
“Que podría hacer un minúsculo colibrí con semejantes nubes en el horizonte serrano”. Al final los cóndores acordaron que deberían aletear con más fuerza desde las grandes alturas y pideron ayuda a las águilas que llegaron del Norte. Juntos resolverían el problema.
El jefe de los colibrís no perdiendo el coraje reunió a su clan y les dijo:
“Hermanos nosotros debemos hacer algo, no podemos quedarnos solo a observar”. Planificaron en la noche que cada colibrí se escondería en el lomo de un cóndor y así lograrían llegar muy alto. Así lo hicieron y los cóndores ni se percataron de sus ocasionales pasajeros.
A la mañana siguiente, cuando Tata Inti regalaba el alba al horizonte los cóndores y las águilas volaron muy alto y comenzaron la tarea de batir las alas con fuerza, dando grandes círculos volaban con gran empeño. Sin embargo, la lluvia no llegaba y casi al mediodía cuando el sol estaba muy fuerte los colibrís entendieron que esa era la señal, salieron de sus escondites y decenas de ellos volaron en dirección a las grandes nubes, batiendo sus pequeñas alas con gran velocidad y con gran entusiasmo que hasta el mismo Tata Inti y la Madre Pachamama se conmovieron, al punto que decidieron abrir las nubes y la lluvia comenzó en el paisaje andino con un gran arcoiris multicolor. Los cóndores dijeron:
“De tanto esfuerzo hemos logrado que la lluvia caiga”.
Ninguno de esas grandes aves, ni el águila del Norte se percató que los colibrís estaban aún volando y decidieron regresar. A tan grandes alturas los colibrís no pudieron retornar a casa con sus familias, pero Pachamama decidió glorificarlos a todos dándoles vida eterna en el paraíso. El gran sacrifició de los colibrís les costó la vida, pero salvo la tierra de la sequía. Por ello, sus descendientes se sienten orgullosos de su naturaleza vital y de ser parte de los animales celestiales mejor considerados por la gran madre. En adelante, cuando llueve y sale el arcoiris en el paisaje andino los colibrís salen orgullosos recordando el gran sacrificio de antaño.

Autor: Arnaldo Quispe.

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